Cuando la democracia ni el sistema republicano dan respuestas al bienestar de la gente
En ocasiones, surge la inquietante realidad de que ni la democracia ni el sistema republicano logran proporcionar respuestas efectivas al bienestar de la sociedad. A pesar de sus nobles fundamentos, la discrepancia entre las promesas de estos sistemas y la experiencia cotidiana de la población plantea interrogantes cruciales sobre la eficacia de las estructuras políticas actuales.
La democracia, concebida como un sistema que busca representar y atender los intereses de la población, a veces enfrenta obstáculos que dificultan su capacidad para brindar resultados efectivos. Factores como la polarización política, la corrupción institucional y la difícil misión de poder participar activamente por parte de la ciudadanía de a pie minan los fundamentos de la democracia y dejan a la sociedad insatisfecha. Muchas son las situaciones en las que la democracia no ha logrado cumplir sus promesas, causando desafíos clave y profundas reflexiones sobre si hay posibles soluciones para fortalecer este sistema político.
A su vez, la promesa de un sistema republicano, fundamentado en la separación de poderes y la representación equitativa, se ve desafiada por circunstancias que obstaculizan su capacidad para proporcionar resultados efectivos. Nuevamente, aparecen la corrupción, la burocracia excesiva y la falta de rendición de cuentas como solo algunas de las razones por las cuales la República no cumple hoy en día con las expectativas de bienestar y progreso. Son habituales ya los casos en los que el sistema republicano ha fallado en la entrega de resultados positivos, y es difícil encontrar posibles reformas que podrían revitalizar la eficacia de este modelo político, ya que solo quedan en la teoría y en la excelente retórica de las corporaciones que si se benefician.
Pensando en soluciones efectivas a esta crisis de representatividad y de los sistemas políticos actuales de moda, pongo a discusión la eficacia de un sistema monárquico como alternativa a las malas democracias y repúblicas aunque sea políticamente correcto considerarlo un tema ya debatido. Mientras que algunos argumentan que una monarquía bien gestionada podría proporcionar estabilidad y liderazgo consistente, otros sostienen que la falta de representación democrática inherente a las monarquías podría llevar a desafíos de legitimidad y participación ciudadana.
Cómo argumentos a favor, tenemos indudablemente a la estabilidad a largo plazo, ya que las monarquías a menudo tienen una continuidad en el liderazgo, lo que podría conducir a una mayor estabilidad política en comparación con las democracias sujetas a cambios frecuentes de gobierno. Ofrecen un liderazgo consistente ya que al no estar sujeto a ciclos electorales, puede ofrecer una visión a largo plazo sin las fluctuaciones políticas de las democracias. La monarquía aboga por un gobierno mínimo, lo que implica una menor interferencia en la vida de los ciudadanos y empresas, permitiendo más libertad individual. Al tener un gobierno limitado a funciones esenciales como la seguridad y la justicia, se espera una administración más eficiente y menos propensa a la burocracia excesiva y la necesidad de ingresos fiscales es menor, lo que podría traducirse en impuestos más bajos para los ciudadanos. Asimismo, los sistemas minárquicos tienden a enfatizar la responsabilidad individual, ya que los ciudadanos asumen un papel más activo en áreas que en otros sistemas podrían ser responsabilidad gubernamental.
Entre los posibles argumentos en contra podemos encontrar a la falta de representación, ya que la monarquía a menudo carece de la representación directa del pueblo, lo que podría resultar en la alienación de la población y la falta de participación ciudadana en la toma de decisiones. Igualmente hoy los representantes democráticos están tan lejos de la gente que no veo ninguna diferencia en este punto, tan apartados de la necesidad popular que se han convertido en una oligarquia política. Otro riesgo que puede tener un sistema monárquico es el riesgo de autoritarismo al no tener controles democráticos efectivos y de pueda derivar en un sistema autoritario si los derechos y libertades individuales no se protegen adecuadamente. Igualmente desde principios del siglo XX tenemos ejemplos de sistemas democráticos y republicanos se han convertido en dictaduras sangrientas y permanentes.La falta de intervención gubernamental puede llevar a disparidades económicas y sociales, ya que algunos sectores podrían beneficiarse más que otros. La inversión gubernamental en áreas como la educación y la salud podría ser insuficiente, afectando negativamente la calidad de vida y la equidad en la sociedad. La ausencia de regulaciones gubernamentales puede conducir a prácticas empresariales irresponsables y explotadoras, afectando a trabajadores y al medio ambiente. Sin un gobierno amplio, la asistencia social y la protección contra riesgos sociales pueden ser limitadas, dejando a algunos ciudadanos en situaciones precarias.
A mi criterio, la viabilidad de un sistema monárquico como alternativa depende de la implementación específica y de la capacidad de abordar las preocupaciones de representación y participación ciudadana, y de la implementación y la capacidad de mitigar sus desafíos inherentes. Las mismas consideraciones merecen los sistemas democráticos modernos que también tienen una gran crisis de representatividad
En conclusión, cada sistema político tiene sus ventajas y desafíos, y la elección entre un sistema monárquico, democrático o republicano depende en gran medida de los valores, contextos históricos y necesidades de una sociedad en particular. Cada sistema tiene la capacidad de responder a las necesidades de la sociedad cuando se implementa adecuadamente. La clave radica en encontrar un equilibrio que garantice la participación ciudadana, la estabilidad y la protección de derechos fundamentales. La elección entre estos sistemas debería basarse en el entendimiento profundo de las circunstancias y aspiraciones de la sociedad en cuestión, sin sesgos, sin tapujos, sin cancelaciones sin prejuicios. Es hora de dar nuevamente el debate.
Por: Pablo Gabriel Miraglia